‘Historias de nuestra gente’, una de ellas nos relata el Escritor Prof. Guillermo Antonio Fernández- Fiambalá-Catamarca.
-“Nació un 20 de noviembre de l926, indicaría una de sus hijas, Marta del Carmen Morales”, reconocida comerciante de Fiambalá quien, con paciencia nos hará saber que su padre, Don Félix Baloy Morales se encuentra rayando el siglo de vida, con sucesos realmente admirables, de cuando Fiambalá no contaba con energía eléctrica, ni trabajo público, ni muchas escuelas y la gente vivía dignamente del trigo, de las viñas, de su esfuerzo, y hasta los edificios escolares y clubes se hacían a fuerza del esfuerzo familiar cotidiano, con balde y cuchara después del trabajo, sin otra ayuda que la de los brazos de los propios vecinos; como se levantarían las paredes de los clubes barriales como Andino, Defensores, Sportivo La Ramadita, River Plate, Racing, etc.
-Nadie olvida que, por aquellos días, la mayoría de las casas se hacían con adobe, espaciosas y de patios abiertos a los que daban las habitaciones de gruesas paredes y techos de caña, con cielorraso de lienzo, pulcramente acabados. Aún hoy puede vérselas erguidas como colosos ancestrales con sus pasillos yertos y el rebote de risas de niños de un pasado de gente perseverante y curtida con vino patero y pan casero tibio sobre la mesa sin obviar la misa los domingos en la iglesia del pueblo ¡eso sí: bien trajeados o impecablemente acicalados con las mejores prendas almidonadas, en honor a la sagrada Virgencita de Fátima. Sin que me lo digan sé que don Félix es de esa época, como su hermano Domingo Morales, que vive a unas centenas de metros hacia el norte y me termina diciendo que “Félix debe tener más de cien años, capaz, porque recuerdo que lo anotaron varios años después; pero bue, tiene noventa y seis”, esboza con la espontaneidad que lo caracteriza, sin dejar de referirme, como si confesara un secreto, con gran afecto acerca de su admirado hermano.
-Quizá por eso hay emoción en las palabras de Marta a la hora de exponer datos acerca de quienes fuesen su guía y le enseñaran a enfrentar la vida con decisión y paso firme, como aclara.
-“Los padres de papá fueron Lindor Morales y Rosa Acosta, tuvieron diez hijos, entre ellos Domingo, famoso bandoneonista, el menor. Mi padre ha sabido ser en su mocedad un excelente agricultor, albañil, comerciante y hasta músico. Los hijos, es decir mis hermanos, fueron seis, de los cuales dos ya partieron de este mundo, Jorgito y Amado, hijos del corazón en realidad, y a quienes tanto Félix como mi mamá supieron criar con gran cariño. En total veinte, que hoy le retribuyen con su afecto y le llaman “papá”. Fue uno de los precursores de la creación de la escuelita primaria Nro; 128 del barrio Entre Ríos de Fiambalá, que sería levantada mediante una comisión integrada entre vecinos, como siempre se hicieron también los clubes de barrios, con esfuerzo y tremendo espíritu solidario colectivo para beneficio de la comunidad barrial.
-Hoy en día, mi padre cuenta con NOVENTA Y SEIS AÑOS y gracias a Dios goza consciente del amor de la gran familia que junto a mamita han sabido formar con amor y buenos ejemplos, donde el trabajo y las dificultades nunca faltaron, pero que supieron superar unidos y con decisión, como buenos hijos de esta tierra bendita que nos cobija.
-Mi mamá, Juana Elisa Quispe, nació un 16 de febrero de l936. Yo la recuerdo como ama de casa y gran artesana, como la mayoría de las mujeres de entonces La artesanía es una herencia que ha sabido pasar en Fiambalá y Tinogasta de generación en generación, sin quedar jamás de lado la maestría a la hora de plasmar verdaderas obras de arte tejidas con profunda dedicación. Tanto Félix como Elisa llegaron a concluir la escuela primaria. Sé que cuando papá cumplió dieciocho años se fue a trabajar a la provincia de Mendoza y luego a Buenos Aires, en una fábrica de mármol. A los treinta contrajo matrimonio con Elisa (ella tenía veinte, muy jovencita, claro, aclara entre risas). Siempre supo darnos buenos consejos procurando que seamos dignos ante la sociedad y ganemos el sustento familiar con trabajo.
-Papá era uno de los primeros músicos en llegar a los encuentros, infaltable en las fiestas de cumpleaños, casamientos y donde se celebrase algo, por eso siempre ha sido muy reconocido y aún lo sigue siendo, por lo menos por quienes llegaron a conocerlo. Su amigo de los fines de semana era don Carlos Monroy de la vecina ciudad de Tinogasta; también los músicos Castro de El Puesto. De Salta solía visitarlo un reconocido músico a nivel nacional llamado “Cara í mula”, hoy forman parte de los grandes recuerdos de juventud de la familia Morales, cuyas risas y acordes, aún perduran entre las paredes silenciosas de la casa. La mayoría de mis hermanos también saben música, (“menos yo”, aclara entre risas) algo imborrable que no se perderá”, terminará indicando la hija, con inocultable emoción al evocar al popular Félix Morales, que aun disfruta de los frescos amaneceres en Fiambalá, rodeado de las prodigiosas viñas, cerquita de la casa del hermano menor, otro gran músico que ha recorrido diversos escenarios nacionales, don Domingo, a quien suele verse desandar tranquilamente las calles angostas de un Fiambalá más inquieto que el del ayer, con más vehículos y peatones, con el trajín de la minera de litio establecida en la zona, pero con la esencia pueblerina y apacible de años antes, de cuando en las madrugadas solían oírse serenatas, risas y cantos, alegres, entusiastas y vivaces ocurrencias, entre amigos y asados, de un pasado, simple y de trabajo, pero feliz y familiar, al cabo de las extenuantes jornadas en la cosecha de las prodigiosas y dulces uvas de la región, cimiente de admirables vinos, tinogasteños y fiambalenses…
-Al final, con pesadumbre, Marta declara que su hermano Amado, el mayor, vivía en el sur y partió sin aviso con la pandemia. -“Era el que nos unía, siempre muy vivaz y alegre; la pandemia se lo llevó sin pedirnos permiso siquiera, fue muy duro para todos nosotros. Amado era empresario, mis hermanos Jaime (esposo de Nony Verasay) y Hugo, empleados. Mi hermana Rosa y quien les cuenta esta historia de vida, Marta del Carmen Morales, comerciantes”, finalizará la querida y recordada Marta, visiblemente afectada por los recuerdos, aunque feliz de complacerse en los atardeceres junto a sus padres.
-Sin verla, sé que la emoción debió haberla envuelto a la hora de desentrañar recuerdos de muy adentro, de cuando era niña y se veía con todos sus hermanos corriendo por las vastedades de la casa familiar, la de siempre, la del barrio Entre Ríos, entre risas y ocurrencias que nunca faltaban, donde Félix sonreía tras el regreso de su trabajo en la viña, y doña Elisa preparaba la mesa para tomar el té, mate o lo que aconteciera, siempre acompañado de un tibio y fragrante pan casero.
-Creo que eso, sin dudas, sabe demasiado a amor de familia, a esencia, a timón en la vida, un valor que no debemos dejar jamás de lado.
-Gracias Marta por tus palabras, gracias don Domingo por su simpleza y espontaneidad, gracias doña Juana y don Félix, por darnos enseñanza de vida, que Dios los bendiga.
Hasta la próxima historia, queridos vecinos.
Para El Diaguita, art. del Escritor, Prof. Guillermo Antonio Fernández-Fiambalá-Ctca., con la colaboración del Prof. Manuel Carrizo.