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El Asesino de La Katana: Había descuartizado a su familia cuando tenía 16 años

El triple crimen ocurrió el 1° de abril de 2000, cuando el adolescente asesinó a su papá, su mamá y a su pequeña hermana. Luego de quedar en completa libertad, se convirtió en evangélico, consiguió novia y tiene una hija.

“Fue mi cuerpo, pero no fui yo. No sé cómo explicarlo. Me sorprendió mi propio movimiento, a lo mejor ya estaba programado en mí. No tuve la intencionalidad. Deseaba volver a mi cama para que mi padre no me vea delante de él con una espada. Tenía temor, porque a mi padre le tenía temor. La espada bajó sola con mi brazo”. Estas palabras dijo José Rabadán casi dos décadas después de matar a su papá, su mamá y a su hermana en Murcia, España.

Muchos años antes, Rabadán era un adolescente tímido de 16 años, que soñaba con tener una espada samurái. Su padre, que le cumplía todos los caprichos, le regaló una. Jamás imaginó que con ella lo mataría a sangre fría.

1° de abril de 2000, Murcia, España

José Rabadán (16) pasó toda la madrugada del 1° de abril en vela en su habitación, acostado junto a su katana. Mientras todos dormían, cerca de las 6.30, se levantó y fue directo hasta la habitación donde estaba acostado su padre, Rafael Rabadán (51). Se puso a un costado de la cama, levantó el arma blanca y se la colocó a centímetros del cuello, con el objetivo de calcular el primer golpe letal. Segundos después, lo asesinó hasta prácticamente decapitarlo.

Luego se dirigió al cuarto donde estaban durmiendo su madre, Mercedes Pardo (50), y su hermana pequeña, María Rabadán (9), que tenía síndrome de down. Atacó a ambas de la misma manera hasta dejarlas moribundas. Por la fuerza con la que cometió los ataques, la punta de la espada se rompió y para asegurarse de que ambas estuvieran muertas, también las agredió con un machete que tenía en su armario.

De acuerdo a lo que él mismo confesó, puso el cuerpo de su hermana en la bañera y la llenó de agua. Intentó hacer lo mismo con su padre, pero se cansó y se conformó con dejar el cadáver a un costado del baño. Los dos tenían bolsas en la cabeza cuando los hallaron. Especialistas aseguraron que el motivo es que José se sentía avergonzado de sus actos y de esta manera evitaba mirar sus rostros.

Sin embargo, él dio una explicación espantosa: dijo que les colocó una bolsa porque las cabezas estaban tan dañadas que los trozos de carne quedaban esparcidos por todas partes.

Las autopsias confirmaron que Rafael murió de una profunda herida en el cuello, una en la cara y 15 en el pecho; Mercedes tenía dos lastimaduras en el pecho, 25 cortes en los brazos y 11 en la cabeza; en tanto, María tenía 15 lesiones en la cabeza y 15 en el pecho.

Según sus propias palabras, asesinó a su hermana para que no sufriera al quedar huérfana. Aunque reconoció los crímenes, manifestó que amaba a su familia, pero no derramó ninguna lágrima durante el extenso interrogatorio.

Tras los asesinatos, se sentó en el sillón y al poco tiempo se puso ropa limpia sobre la ensangrentada. Agarró una caja antigua donde sabía que su padre guardaba dinero y escapó corriendo. Desde un teléfono público, llamó a la policía y dijo que había tres personas muertas en un departamento en la calle Santa Rosa. Las autoridades fueron hasta el lugar y se encontraron con la macabra escena.

En medio de la investigación, un misterioso llamado a la policía encendió las alarmas. En la comunicación telefónica decían que José se dirigía a Barcelona. Una chica, de nombre Sonia, que hablaba con él por redes sociales, contó que el joven la había llamado para avisarle que iría a visitarla. También le confesó que había matado a toda su familia, aunque ella no le creyó.

El 2 de abril, una mujer llamó a las autoridades y aseguró que había trasladado a José hasta el centro de Alicante cuando se encontraba haciendo señas en la autopista para que lo llevaran, horas después de los crímenes. Todo indicaba que efectivamente se dirigía a la estación de trenes con destino a Barcelona.

La mañana del 4 de abril, un vigilante de la estación de tren de Alicante vio a dos jóvenes que le parecieron sospechosos y les consultó hacía dónde se dirigían. Ambos le respondieron que iban a Barcelona a reunirse con sus padres. El seguridad notó el parecido del jóven que tenía delante de sus ojos con el que era intensamente buscado, aunque no estaba del todo seguro de si se trataba de él, ya que no lo notaba nervioso.

Sin embargo, le llamó la atención que ninguno llevaba equipaje. Finalmente, alertó a la policía, que fue de inmediato hasta el lugar. José y su compañero, Oliver, a quien había conocido mientras escapaba, fueron detenidos sin resistirse.

El joven de 16 años fue llevado hasta la comisaría central de Alicante por varios policías para ser interrogado. Poco después, confesó con total frialdad los asesinados y se justificó diciendo que “quería estar solo” y sentirse “libre”, principalmente de su padre, a quien acusó de ser un hombre muy estricto. Por su parte, Oliver quedó en libertad.

Libros satánicos y armas letales: los secretros de José

En la habitación del asesino encontraron elementos que construían una imagen muy distinta de él. Dos libros relacionados con satanismo: “Ave Lucifer”, de Elisabeth Antebi y “El poder de la magia”, de Leonard Wolf. Además, hallaron un hacha y varios puños americanos.

Desde que tenía 10 años, era aficionado de las artes marciales y su familia estaba al tanto de su arsenal de armas blancas. De hecho, su padre le había regalado la katana con la cual lo asesinó. En paralelo, su interés por el satanismo era algo que mantenía en secreto.

El revuelo mediático que produjo el caso generó una ola de polémicas relacionada con los videojuegos y las artes marciales en los adolescentes. Al comienzo, se insinuó que estaba obsesionado con Squall Leonhart, un personaje de ficción protagonista del videojuego Final Fantasy VIII, el cual jugaba con frecuencia. De hecho, medios locales llegaron a compararlos por el corte de pelo e incluso porque Squall utiliza una espada.

Algunos especialistas lo tildaron de psicópata narcisista, mientras que otros creían que padecía de psicosis epiléptica. Esto lo habría llevado a un estado de alucinación cuando cometió los crímenes, completamente desconectado de la realidad. Más allá de su estado mental, como se trataba de un menor, la ley lo amparaba.

La salud mental de José, en el ojo de los investigadores

El 5 de abril, lo trasladaron a una prisión en una parte especial para no entrar en conflicto con otros reclusos. La salud mental de José fue lo primero que las autoridades pusieron en tela de juicio teniendo en cuenta sus actos y el nulo arrepentimiento que mostró.

Los especialistas no se ponían de acuerdo: no sabían si estaban delante de un enajenado mental o un despiadado psicópata. Desde chico se mostró como un joven retraído y no mostraba interés alguno en estudiar. Aunque sus padres lo apoyaban, tenía muy malas notas y eso generó un clima tenso en la casa familiar.

Siempre se mostraba desinteresado en los estudios y en la adolescencia abandonó la escuela. Su padre, con quien mantuvo varias peleas, lo obligó a matricularse en un curso de soldaduras para que tuviera un título y pudiera conseguir un trabajo, pero era poco constante y nada parecía motivarlo.

Según especialistas, su aburrimiento crónico podía ser la señal de una personalidad psicopática. Poco a poco, las discusiones en la casa se volvieron frecuentes porque se la pasaba jugando a los videojuegos y chateando por internet.

La exposición mediática y la imagen de Rabadán llevaron a que varios jóvenes le enviaran cartas a la cárcel, ya que lo admiraban por haber sido capaz de asesinar a su familia. En esas notas, algunos le confesaban que deseaban hacer lo mismo, pero que no se animaban. Asimismo, muchas chicas le enviaban cartas románticas diciéndole que estaban enamoradas de él.

Luego de confesar su autoría en los hechos y de haber pasado por una breve estadía en prisión, fue condenado por un juez a pasar 6 años en un centro de menores y otros 2 en régimen de libertad vigilada. Una sentencia que estuvo rodeada de polémica al dictarse en un juicio de 30 minutos de duración, en el que fue clave un único informe psiquiátrico en el que le diagnosticaron psicosis epiléptica idiopática, lo que sirvió como atenuante de la pena.

La nueva vida del “asesino de la katana”

Con los años, ya instalado en un centro en Cantabria llamado “Nueva Vida”, José se convirtió en evangélico, consiguió novia y se relacionó con la comunidad religiosa del lugar. El 1 de enero de 2008 quedó en completa libertad y decidió mudarse definitivamente a Cantabria con su pareja. Tuvieron una hija a quien llamaron Mercedes, el mismo nombre que su madre.

En 2018, José sostuvo que gracias a la religión pudo reinsertarse en la sociedad, conseguir un buen trabajo y formar una familia. Hasta hoy, reconoce haber cometido los crímenes y según sus palabras, asegura que cuando estaba frente a su padre con la katana entre sus manos, la espada “bajó sola”, como si se tratara de una fuerza sobrenatural.

En una de sus últimas entrevistas, explicó: “No sé si la sociedad está preparada para mí. Muchos pensarán que sigo siendo un mountruo, pero ya no estoy enfermo. Si estaba enfermo, al día de hoy ya no lo estoy. Si era un psicópata, mis hechos al día de hoy demuestran que tampoco lo soy”.

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